Después de llevar mucho tiempo
viviendo en Interioridad, ciudad sin fronteras, ni visa, cuyo único requisito
para habitar en ella es no salir del alma, decidí volver a la gran aldea. Hace
mucho tiempo había partido de allí porque estaba hastiado de esta aldea
universal donde todos son iguales, piensan iguales, hablan de la misma forma y
nadie es original porque siguen los patrones de algunos pocos que manejan todo,
donde el alma libre queda anonadada por el pánico que causa la mera idea de ser distinto. Yo no había
nacido para esta vida monótona, además soy de los que pienso que la monotonía
lleva al desgaste de la mente y del alma hasta confinarla a la muerte del ser.
Esta decisión me llevó a un fuerte combate conmigo mismo, ¿por qué vas
volver? ¿Es que no te encontrabas bien en aquel país? Cierto que era
placentero gozar de un espíritu que vaga por el cosmos sin nadie que lo reprima
y ataje, pero pasó, que este mismo
espíritu divisa las fronteras de la gran
aldea y se da cuenta que está solo, que aunque este bien no es completamente
feliz y que esta libertad está incompleta porque falta el “otro” para llevarla
a la plenitud. Sí, eso es, busco a “otro” que comparta conmigo la libertad, la
felicidad, que se regocije en la idea de
ser distinto y nadar contra corriente.
Aunque fue en este lugar donde
nací y pase gran parte de mi vida, me sentía como extranjero, todo era nuevo
así que lo primero que hice fue un reconocimiento, si hay algo que caracteriza
a esta aldea global es su contante cambio, lo que hoy es mañana deja de ser, lo
que hoy fue novedad mañana pasa a ser arcaico, lo que hoy es bello mañana
podría no ser tanto. Cuando pasaba por la calle principal me sorprendió ver
tanta gente agolpada en un local esperando ser abierto, de lejos divise el
nombre y me lleno de mucha alegría lo que vi, pero al mismo tiempo me dejo algo
confundido, era la tienda de virtudes; una de las razones por las cuales partí
de esta ciudad fue el hecho de que las virtudes habían quedado confinadas al
estado del relativismo, no compartía esa idea tonta de que no hay virtudes
generales y que lo bueno era bueno conforme al modo de pensar de cada quien, lo
que me dejaba confundido era el hecho de que esta tienda había cerrado después
de que Nietzsche había llegado al poder.
La curiosidad pudo más que mi
deseo de pasar eso por inadvertido y apresuradamente me acerqué a la tienda e
intenté escabullirme entre la multitud, ya que los de esta ciudad detestan a
los ciudadanos de la interioridad, pienso que por envidia ya que no han sido
capaz de revelarse contra sus propios deseos, gracias a Dios abrieron rápido la
tienda, valla sorpresa o mejor decepción me llevé cuando ingresé a la tienda. En la estantería donde estaba la
humildad se encontraba ahora atiborrada de orgullo, donde estaba la generosidad
estaba ahora la codicia, donde estaba la castidad ahora se encontraba a
borbotones la lujuria, donde estaba la mansedumbre ahora había ira, donde
estaba la templanza había gula a cantidad, donde estaba la diligencia había
solo pereza, y cuando me acerqué a la ultima estantería esta estaba vacía pero
cuando me acerqué vislumbré el amor, pero este amor estaba sangrando y mustio,
tenía un mal aspecto, pensé: debe ser que está agotado y este está ahí por su
mal aspecto, esto me alegro muchísimo ya que el amor era la única de las virtudes
que podría rescatar a las otras ya que las otras solo se mueven a partir de
este, esto me llevó a pensar que la gran aldea podría tener salvación.
Apresuradamente me acerqué al
dueño del local que se encontraba ajetreado recibiendo una mercancía y le pregunté
Yo: ¿tiene otro poco de amor?
Entre risas aquel hombre me
contestó ¿amor?
Yo: ¿por qué se ríe?
Dueño: ¿está usted buscando amor?
Yo: Claro.
Dueño: Lo que pasa es que eso ya
no se vende. Mire usted, la gente ya no busca ese tipo de cosas, usted sabe,
esas virtudes implantadas por el pensamiento occidental están pasada de moda,
la gente busca las verdaderas virtudes, esas que estaban antes de que llegara
el pensamiento occidental y tergiversara todo, y como es bien sabido, si
queremos ganar dinero tenemos que vender lo que la gente pida, el dinero es el
que mueve nuestro mundo, el que no tiene dinero prácticamente no existe o al
menos para la sociedad queda relegado al rincón del anonimato. Estas son las
virtudes del siglo XXI. ¡Dese gusto y compre!
Con esto comprendí la cantidad de
gente que visitaba la tienda. Con mucha congoja fui hasta la última estantería,
agarré el amor que quedaba, me dirigí hasta la caja, saqué mi billetera con muy
poco dinero, pero cuando iba a pagar el dueño del local me dijo:
Tranquilo, de todos modos iba a
ser votado a la basura como los demás.
En ese momento el camión comenzó
a descargar, eran cajas llenas de odio, el Dueño del local le indicó el lugar
“En el último estante”. En ese momento salí de la tienda y me percate de lo que
había sido ignorado al entrar a ella por
la preocupación de que aquellos hombres se dieran cuenta que era interiorista, había fuera de la tienda cajas llenas de amor,
ya olía a podrido, en ese instante llegó el camión de basura y cargó todo el carro
por la cantidad de cajas contenedora de amor que había. Agache mi cabeza y me
dirigí a las fronteras de la ciudad, hice un pequeño hueco y ahí enterré el último amor, en una tabla le
escribí:
“Aquí descansa el amor,
acribillado por los hombres y confinado
a la muerte por el desuso. ¡Oh amor! Sin ti ¿qué será de esta aldea? Un lugar
de auto-contemplación y megalomanía, de vanidades y egoísmos, de odios y
rencilla, de promiscuidad y orgías, un
lugar lleno de superficialidad y mentiras. Has de tener presente viajero que al cruzar
esta línea no te encontraras con nadie que tenga la capacidad de amar, porque
el amor ha sido asesinado y las virtudes van en orden al placer y al
dinero”
Crucé la línea en dirección a
“Interioridad”, con la intensión de nunca más volver.
Fin
Homais Preet
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